El nono travesti



Las chicas reciben a un funcionario públio que, lejos de jubilarse, le suma a su vida monótona la fantasía de ser una más.
Por Chanelle Noir.



Hipótesis:

Romi revuelve el baúl donde guardamos la lencería y los trajes de fantasía. La veo sacar medias, ropa interior de seda y un baby doll. Le pregunto si hoy tiene turno el músico que le gusta a ella y me recuerda que, lamentablemente, hoy nos visita el nono travesti. Es un señor con edad para ser abuelo, funcionario estatal, que hace unos años empezó a recorrer puteríos y cabarets donde le dejaran llevar a cabo la fantasía de cumplir el rol de mujer. Cuando descubrió que en nuestro dpto. además podía fumar porro, jamás nos abandonó. Desde entonces, como es común entre los putañeros, este viejo maraca tiene una rutina: llega de traje y con el maletín, con el poco pelo que le queda peinado para el costado y se sienta a fumar y tomar gaseosa con nosotras. Cada seca lo relaja más, lo acerca más a la persona que desearía ser y al sexo que quisiera tener, al menos en estos momentos. Así, el nono travesti, comienza a vivir su propio sueño. Al menos hoy, al menos por algunos minutos, podrá ser la mujer que esconde durante las horas de oficina o en su casa, con su familia.

Nosotras miramos anonadadas su transformación. De a poco, el señor empieza a hablar diferente. Cambia su tono de voz, elige otras palabras y otros comentarios. Ya no habla de su trabajo ni de su esposa. Habla de las cosas que le gustan, de la decoración de nuestro dpto., acaricia a los gatos. Sigue hablando mientras se peina el poco pelo que tiene, mirándose en el espejo del living, aún con el porro en la mano. Del bolsillo de su pantalón, saca un lápiz labial y se pinta los labios. Se pone rimmel en las pestañas y las mueve como si fuera Betty Boop. Casi instintivamente, Romi y yo miramos para otro lado en el momento en que empieza a desvestirse, aunque la transformación del nono travesti es ese tipo de fenómeno que sucede con la música de fondo de una película de Kubrick.

Tesis:

Romi: Las cosas que hay que hacer por doscientos euros.

Chanelle: Nos recagó la devaluación del euro.

Romi: Sigue siendo una fortuna, Chanelle. ¿Cuántas horas trabajabas en la ofi por 200 euros?

Chanelle: No sé, muchas.

Romi: Y te tenías que bancar al pajero de tu jefe mirándote el ortho y tirándote onda.

Chanelle: Yo los guardo para cuando vuelva a subir.

Romi: ¡Ja!

Chanelle: ¿Qué tiene?

Romi: Nada. ¿Sabés qué creo? Que está comprando nuestro silencio.

Chanelle: Entonces, que venga con libras esterlinas, no con esta garcha.

Romi: ¡Será una buena excusa cuando le vendamos la información a la prensa! Ayer el nono travesti estaba en la tele, hablando no sé de qué.

Chanelle: Celebrando la ley del matrimonio gay.

Romi: No, de en serio te digo. ¡Cuando nos cansemos del nono travesti, lo extorsionamos y le pedimos libras!

Chanelle: ¡Pero qué flasheás, Ro! Si vos sos incapaz de cobrar de antemano porque te da vergüenza. Mirá si vas a botonear al viejo por maraca.

Romi: Tenés razón, Chanelle. Va en contra de mi esencia intrínsica.

Conclusión:

El nono travesti ya abandonó el dpto. y somos conscientes de que será mucha la pornografía vietnamita que deberemos consumir para sacarnos de la mente esa imagen: la de nuestro cliente saltando encima de un vibrador de 25 cm, gritando Soy tu putita.

Con el correr de los minutos, sin embargo, porro tras porro comenzamos a sentir una calma maravillosa. La misma hierba que hace un rato enfervorizaba al viejo maraca, ahora nos da paz y nos permite tomarnos una merecida siesta durante el resto de la tarde.

Nosotras también nos sacamos la ropa de trabajo y también, de alguna forma nos convertimos. Ahora no somos las empresarias del amor, somos las amigas fumadas a punto de tirarnos a dormir como hacen los felinos.
Hace frío, así que Romi y yo, siguiendo el digno ejemplo de los gatos, bajamos las luces y nos cuchareamos en el sillón. Sin poner la alarma a ninguna hora.


Publicado en el mes de septiembre de la revista THC