Fumando en el Alvear


Las chicas buenas saben por qué en un barrio coqueto hay que andar con discreción y bien limpitos.
Por Chanelle Noir.

Hipótesis:

El taxi se detuvo en la entrada del Hotel Alvear. Un botones me abrió la puerta. Me tomó de sorpresa, no tenía propina a mano. Solamente dije gracias y entré.

- Vengo a ver a un huésped –informé al tipo de la recepción. Llevaba un uniforme bastante ridículo-. Se encuentra en la habitación 502.
- Señorita –me respondió- no hay habitación con ese número en nuestro hotel.
- ¿Oh? Mire, esta es la información que tengo –le mostré la pantalla de mi celular con un SMS que contenía todos los datos.
- Claro –dijo-. No es aquí, es el hotel que está a la vuelta.
- Disculpe.
- No hay problema.

Bastante avergonzada por la confusión, di vuelta la esquina y encontré un hotelito muy humilde en comparación con el imponente Alvear. Me presenté con el nombre que figura en mi documento y me condujeron a la habitación.

Romi ya estaba con él, semidesnuda y armando. Llevaba un tapado nuevo que yo le había regalado por su cumpleaños. Bien, pensé que no lo usaría. Nos saludamos y, luego de pasar por nuestrs tres bocas un porro bien nutrido como los que arma ella, empezamos a desvestir al cliente. A medida que los tres nos desnudábamos, comencé a sentir un importante olor a axila. ¿Sería yo? ¿Romi? ¿El cliente? Sentía calor, tenía ganas de pasarme la fina blusa que tenía puesta, por abajo de los brazos y limpiarme, pero por supuesto no lo hice. El olor por momentos venía a mí, luego se iba y yo no dejaba de preguntarme a quién pertenecería. Finalmente, cuando ya terminó todo fui al baño y me olí. Estaba bien.

Tesis:

Romi se metió en el baño conmigo y volvió el olor, como una ráfaga.

Chanelle: ¡Sos vos la del olor a axila!

Romi: Olor a chivo, Chanelle. Olor a goat, si lo preferís, vos que sabés inglés.

C: ¿Cómo sabés que chivo es goat? Igual goat es el animal, no el olor.

R (Sacudiéndome. Recién entonces noté que tenía un porro colgando de sus labios): ¡No estás dando clase, Chanelle! Estás en un hotel a punto de higienizarte.

C: Perdón. ¿Nos bañamos juntas?


R: Ni en pedo. Me quiero terminar el churrito.

C: Bueno, yo mientras me baño. Me apuntó al pelo, odio eso.

R: Al menos no te dio en el ojo, como la otra vez, que quedaste ciega y tuve que llevarte a la guardia.

C: ¿Te acordás? Qué mierda. Bueno, ¿te bañás?

R: Nah...no tengo ganas. Lo que sí me haría es un buen enjuague bucal

C: Pero acá no hay ni dentífrico.

R: Sí, ya veo. Qué asco, boluda.

Conclusión:

Romi y yo caminábamos por la avenida Alvear tomadas del brazo como dos viejas chetas. Antes de cruzar la calle, revolví mi cartera con la esperanza de encontrar el tan ansiado frasquito. ¡Si! ¡Una botella de enjuague bucal! Le ofrecí a mi amiga, quien aceptó agradecida. Aún tomadas del brazo, ambas nos hicimos un buche y luego vaciamos sonoramente el contenido de nuestras bocas sobre el cordón de la vereda.

- Somos unas villeras –exclamé.
- Sí –respondió-. Re villeras.
- No soporto el sabor a pija. Por más limpito que haya sido el tipo.
- Yo tampoco.

Caminamos hacia el bar más cercano que encontramos y pedimos unos tostados y unas gaseosas. Era mi primera comida del día. La Paraguaya y yo comíamos con gusto.
- Yo me eché un polvo –le dije, con la boca llena.
- ¿Qué?
- Recién, con el tipo. Me eché un polvo.
- Vi que te estabas tocando, pero no sabía si estabas fingiendo.
- No, el tipo me chupó las tetas y acabé.
- Qué puta sos –me dijo, y empezamos a reírnos tan fuerte que en el bar varias cabezas giraron en nuestra dirección.
- A mí me pidió que le vendiera cogollos.
- ¿Ah sí? ¿Y qué le dijiste?
- Que se haga orthear.
- Putas, no transas -le dije, elevando mi copa.
- Indíd -me respondió en su inglés de mierda, levantando la suya.