El Chamuyero




Un libro viejo, un jabón de tocador. Todo puede ser un tesoro en la boca de un buen versero.

Por Chanelle Noir.

Hipótesis:

Llego al dpto. con una bolsa de supermercado llena de forros y comida para el gato. Romi no está. Veo rastros de merca sobre la alfombra; el felino es un drogón de mierda y se pone a lamer.
Romi no atiende el teléfono, ni el radio. Tampoco la encuentro conectada al MSN, Twitter o Facebook. El dpto. tiene un aspecto apocalíptico: pastillas de éxtasis y de Dolce & Gabbana hasta en los lugares más insólitos, como el cenicero del Che o un hueco del sillón. La puertita del indoor está abierta, una planta fue masacrada al perder violentamente todos sus cogollos, que evidentemente fueron arrancados con furia.

Suena el teléfono y temo lo peor: perderme un trío porque Romi no está y no puedo ubicarla. Atiendo. Felizmente, se trata de una situación muy oportuna porque el cliente quiere cogernos por separado.

- No me da para garcharme a las dos, ni siquiera fumado. No me creo tan poronga –confiesa humildemente.
- Bueno, yo estoy disponible ahora –respondo, luego de un suspiro de alivio.
- Está bien. En realidad prefería arrancar con Romi. Vos parecés muy…
- Conchuda.
- Eso. Pero debés estar buena.
- Soy la más linda. ¿No leíste el número de enero? ¡Soy la más linda!

Quedamos para las cinco en la habitación “sado” de un telo temático de Belgrano. Llevo flores en una latita de habanos importados, mi birome/encendedor y la maquina para armar. Sigo sin saber nada de Romi, pero ya estoy acostumbrada a que desaparezca así y luego llegue como si nada.

Tesis:

Romi: (armando un porro) ¿Qué tal el tipo?

Chanelle: Bien. Limpito. Educado, pagó bien. Pero no sé, pasó algo raro.

R: ¿Qué acogió?

C: Fumamos bastante, no sé si le habrá pegado mal o qué. Pero cuando me estaba yendo, me dijo que tenía un regalo para mi y sacó de su bolsillo un jabón.

R: ¿Karina Rabolini? ¿Verónica Zuberbuhler? ¿Ralph Lauren?

C: No, un jabón de supermercado.

R: Te dijo sucia. Seguro no te habías hecho la higiene de rigor.

C: Te juro que sí, Ro, vos me conocés. Pero no fue sólo eso. Después me regaló un libro.

R: ¿Autor?

C: Autor ignoto, edición 1992, tapa blanda, tamaño de fuente número 6 (para leer con lupa), papel símil higiénico. Ah y está en ruso.

R: Cierto que vos heredaste esa capacidad que tiene tu viejo de poder leer en cualquier idioma.

C: Sí, pero no nos sirve para idiomas como el chino, el ruso o el griego, que tienen otro alfabeto.

R: O el latín. Tomá una seca. Está buenísimo.

C: Gracias. Ah, mirá, tengo un mensaje del cliente. Pregunta si estás disponible para dentro de una hora en la habitación “Baile del caño” del telo de Belgrano.

R: Obvio que si. Me muero de intriga por ver qué me regala a mí.

Conclusión:

Romi llega radiante de su cita con el cliente. Lleva un pañuelo en el cuello. Se lo saca y me lo muestra.

- Me regaló esto – me explica-. Mirá qué belleza. Era de su abuela, lo trajo de Francia en un viaje que hizo hace veinte años. Es de un material que no se consigue acá. Y este borde dorado es hilo de oro. Le debe haber salido una fortuna.
- Al menos a vos te regaló algo como la gente –respondo-. Bien, boluda.
- ¿No te da celos?
- ¿Celos de un gato? Me extraña, Ro. ¿No escuchaste nunca eso de que las putas tenemos dos orgamos por cliente?
- No.
- Uno cuando nos paga y otro cuando se va.

Algunos días más tarde, encuentro un pañuelo idéntico al que el cliente le regaló a Romi, en venta por $10 en un Todo Moda del centro.